Sumo Sacerdote de Daguna |
Daguna es el Igigu que preside el panteón de la ciudad de Mari. Dispone del mayor zigurat que existe en la urbe, y sus sacerdotes son los más influyentes y poderosos que se puede encontrar. La Casa de las Aguas es el nombre del enorme templo de este dios, desde el que puede abarcarse toda la ciudad. Allí es adorado por los miles de fanáticos seguidores de la ciudad, entrando en filas desordenadas y caóticas con sus animales de sacrificio listos para ser entregados a los sacerdotes y acólitos.
Daguna es un dios misterioso, pero tremendamente beneficioso, no siendo vano que los títulos que le dedican sus fieles son el Dios de la Prosperidad y el Conductor de los Ríos. Ambos son reflejos de los dominios que le son adjudicados: la multiplicación del grano de los campos y la crecida anual de las aguas del Buranum. Tales poderes son grandes en una civilización que depende de las cosechas y la correcta irrigación de los campos para obtener cosechas suficientes para alimentarse. Las sequías, crecidas inesperadas y malas cosechas son consideradas maldiciones del dios, aunque parece ser que Daguna es un dios generoso, más propenso a escuchar las súplicas de sus fieles que otros Igigu, y su respuesta suele ser favorable. El agua dulce es, por tanto, uno de sus regalos para el hombre, junto a la azada que permitió la agricultura.
Otros de sus regalos vinieron de forma indirecta a través de los apkallu, misteriosas criaturas de las aguas que dejaron a los Awilum el conocimiento necesario para sobrevivir tras su revuelta contra los dioses que los crearon. Estos seres, ocultos durante mucho tiempo, parecen haber resurgido en el lejano sur de Kishar, aunque hay rumores de alguna visita similar en Mari.
Sea como fuere, la adoración de Daguna en la ciudad le ha granjeado un gran poder. La Casa de las Aguas domina al resto de religiones, y sus sacerdotes se encuentran por todas partes: desde presidiendo graves ceremonias en el templo principal, hasta predicando sus bendiciones entre los agricultores de las aldeas cercanas. Se los puede reconocer por su extravagante indumentaria: todos los sacerdotes llevan unas capas cortas y unos faldones hechos con escamas de bronce (indumentaria muy cara, que demuestra el poder adquisitivo del templo), simulando la brillante piel de los peces. Una corona de oro con forma de cabeza de pescado y rubíes por ojos remata el conjunto en el caso del sumo sacerdote. Los acólitos llevan únicamente unas cestas con forma similares a conchas marinas, llamadas mazrutu, hechas con juncos de río y que contienen peces frescos, que son entregados a los más pobres. Todas las mañanas, estos acólitos acuden por parejas a los arrabales de la ciudad de Mari, haciendo proselitismo del dios entre los que menos tienen, y gananado así más almas para el dios. Pocos templos pueden competir con tales obras, que consideran por debajo de su dignidad.
Anillo llevado por los sacerdotes |
Daguna siempre ha sido un dios generoso, y en el templo está uno de los tesoros más ansiados: la Cornucopia. De origen extraño, la cornucopia es una mezcla de cuerno y concha marina gigante (unos 4 metros de longitud), con glifos plateados desconocidos, y recubierta de oro. Colocado sobre un altar a la vista de todos, esta reliquia sagrada puede obrar diversos milagros en función de las ceremonias usadas, aunque sólo se usa en tiempos de gran necesidad. La más sonada fue hace cuatro décadas, cuando en una gran procesión los sacerdotes llevaron la cornucopia hasta el borde del Buranum, y después de todo un día de rezos y sacrificios (incluyendo docenas de prisioneros cimerios y uridummu), al caer el sol en el oeste, brotó de la boca de la cornucopia una cascada de enormes peces durante varias horas, permitiendo comer a la hambrienta población. Los pescadores volvieron durante varios meses con las redes llenas y las cosechas de ese año fueron de las mejores que se recuerdan. Falta decir que las ofrendas hacia el templo se cuadriplicaron los años siguientes.
Pero el mayor tesoro, que ansían todos los Ensi, y que incluso el mismísimo Sargón codicia, es el Agua de la Vida, llamada Abzu, de la que se dice que todo aquel que la beba será inmortal para siempre. Dicen que bajo el templo, custodiada por guardianes sagrados, hay un manantial del que brota constantemente. Otros dicen que en realidad el manantial no está allí, sino oculto en algún lugar del desierto, al que sólo el sumo sacerdote y sus descendientes saben llegar. La verdad, sin embargo, podría ser mucho más siniestra, y la razón de que Sargón no haya arrasado el templo en su busca, al saber de qué se trata en realidad. En realidad, el Abzu es la mismísima sangre del dios, un líquido parecido al agua dulce, pero del sabor de la hiel del pescado, que surge de la estatua que hay en una sala oculta del templo, y al que sólo el sumo sacerdote y los sacerdotes de confianza tienen acceso. La sangre brota de un costado de la estatua una noche especial del año. Beberla, dejando de lado lo horrible que es su gusto, no parece tener efectos significativos. En realidad, sus consecuencias se producen muy lentamente, a lo largo de los años, a medida que la sangre transforma el cuerpo del sacerdote en uno de los hijos del dios, alargando su vida en el proceso, hasta que éste se transforma en un ser híbrido entre un hombre y una criatura marina. Después de varios siglos, el elegido se acaba transformando en un apkallu, debiendo fingir su muerte y abandonar su cargo público en el templo. Estas criaturas son las auténticas mentes maestras detrás del culto, inmortales criaturas que sirven ciegamente a su dios, y dominan al sumo sacerdote del templo, un mero títere para ellos. Rara vez permanecen mucho tiempo en la ciudad: por alguna extraña razón, las tierras del sur les atraen terriblemente, como si el propio Dios les llamase. Actualmente, sólo una de estas criaturas ha permanecido en el templo, una criatura vieja y astuta al que Zimiri, el sumo sacerdote, teme con horror.
Apkalu de Mari, con su distintiva corona cónica de sumo sacerdote. |
Nota: la versión de estos Apkalu no es precisamente la misma que tiene Rodrigo en el manual. Lo he hecho a posta, para hacer encajar la imagen con la tradicional del hombre-pez de la Mesopotamia histórica. Nada impide que se cambie a la de Rodrigo. O que incluso haya dos versiones: una sirviendo a Daguna, y otra a Kuthalu, quizás cooperando, quizás no. Es cuestión de gustos.