El politeísmo es la norma en los dominos de Sargón. Aunque el Emperador no es para nada partidario de la adoración a ninguna clase de poder divino, siempre se ha mostrado tolerante al respecto, y la mayoría de las ciudades siguen el ejemplo en grados varios de permisividad. Sin embargo, existen excepciones a esta regla.
En el año 729 del Imperio, el Idigna y el Buranum bajaron especialmente
débiles, y una terrible mortandad se extendió sobre las ciudades como una
mortaja, debido a la falta de grano de las cosechas. Los awilum se apresuraron a apropiarse de toda clase de alimentos y fortificarse bajo sus palacios, manipulando a las masas con promesas de comida y amenazas de violencia para controlarlas. Fue una de las épocas más terribles que se recuerdan en todo el Imperio. Las
calles estaban llenas de hombres, mujeres y niños agonizantes, y las
moscas e insectos se daban un festín con los cadáveres. Fue en este ambiente de agonía y desesperación que por primera vez aparecerían en los registros imperiales la prohibición de una fe religiosa.
Y es que, aunque los aristócratas mantenían hasta cierto punto el control sobre sus esclavos, pues el yugo de los siglos había llevado a los mushkenu a creer que sus poderosos amos resolverían sus problemas, la gravedad de la situación era tan terrible que la semilla de la duda se había plantado en los corazones de los más desesperados. Así fue como llegaron los sacerdotes del dios del Hambre, criaturas pálidas y delgadas, más parecidas a cadáveres que hombres. En los rincones
más escondidos de la ciudad, ocultos de la mirada de sus amos, la carne de los muertos se convirtió en el
alimento de los vivos, convirtiendo estos mushkenu el canibalismo en un acto sagrado de comunión con su dios, el apasionado Ishim Shagshuga. Mientras el resto de esclavos agonizaba por la falta de alimentos, los cultos engordaron su prole de seguidores, y pronto empezaron a escasear los cadáveres.
Al principio, las primeras semanas los estallidos de violencia entre los propios mushkenu fueron ignorados, entendiendo los awilum que la tensión de la situación era la causante. No obstante, cuando algunos informes llegaron a los oidos de los Ensi, empezaron a darse cuenta de que la situación parecía algo más que peleas normales. Todos los testigos supervivientes afirmaban que grupos de mushkenu tremendamente delgados, consumidos hasta los huesos, atacaban hogares por la noche y se llevaban a sus moradores gritando en la noche a algún sitio desconocido. Estos secuestros y los restos masticados de los mismos, provocaron un gran temor. Los awilum, sin embargo, procuraron mantenerse al margen, creyendo que aquello no les alcanzaría a ellos. No tardaron mucho tiempo en cambiar de opinión: el desgarrador grito de una awilum cuando unos esqueléticos mushkenum robaron a su bebé de la cuna junto a su nodriza, fue el primero de muchos en todo el Imperio. Las pesquisas y las represalias a los esclavos no se hicieron esperar, pero los castigos no surtieron efecto: nadie sabía apenas nada de esos hombres. El mismo Sargón tuvo que enviar a sus ejércitos a las ciudades para ayudar en la investigación y, posteriormente, en la erradicación de estas sectas.
Con algo de esfuerzo, y tras barrer todos los arrabales, encontraron los diversos cubiles subterráneos de las criaturas, túneles oscuros en los que para entrar era necesario arrastrarse como los gusanos. Como una manzana podrida, horadaban la tierra de las urbes creando pasajes y huecos en las zonas más insospechadas de los hogares. Lo que hallaron en sus moradas fue horrible: lo que antiguamente habían sido hombres y mujeres eran ahora criaturas apestosas, llenas piojos y mugre, de poca inteligencia, fuertes pese a su aspecto desnutrido, con un brillo en la mirada que denotaba su fanatismo y su ansia por la carne. Los soldados de Sargón quebraron huesos, dientes y cráneos, pero ni siquiera los wardu podían igualar el salvajismo de aquellas criaturas, que arañaban con uñas rotas, mordían con dientes amarillentos y golpeaban con extremidades delgadas como ramas con abandono de sus vidas. Sólo paraban cuando sus atacantes caían o ellos mismos eran reducidos a pulpa sanguinolenta. Las víctimas además eran arrastradas a fosos, donde arrancaban sus vísceras y las devoraban mientras aún vivían. Como jaurías de animales carroñeros, sólo se mostraban dóciles con los misteriosos seres pálidos que se decían llamar sacerdotes de Ishim Shagshuga.
Entrada a una madriguera de los seres |
Con algo de esfuerzo, y tras barrer todos los arrabales, encontraron los diversos cubiles subterráneos de las criaturas, túneles oscuros en los que para entrar era necesario arrastrarse como los gusanos. Como una manzana podrida, horadaban la tierra de las urbes creando pasajes y huecos en las zonas más insospechadas de los hogares. Lo que hallaron en sus moradas fue horrible: lo que antiguamente habían sido hombres y mujeres eran ahora criaturas apestosas, llenas piojos y mugre, de poca inteligencia, fuertes pese a su aspecto desnutrido, con un brillo en la mirada que denotaba su fanatismo y su ansia por la carne. Los soldados de Sargón quebraron huesos, dientes y cráneos, pero ni siquiera los wardu podían igualar el salvajismo de aquellas criaturas, que arañaban con uñas rotas, mordían con dientes amarillentos y golpeaban con extremidades delgadas como ramas con abandono de sus vidas. Sólo paraban cuando sus atacantes caían o ellos mismos eran reducidos a pulpa sanguinolenta. Las víctimas además eran arrastradas a fosos, donde arrancaban sus vísceras y las devoraban mientras aún vivían. Como jaurías de animales carroñeros, sólo se mostraban dóciles con los misteriosos seres pálidos que se decían llamar sacerdotes de Ishim Shagshuga.
Estos clérigos eran en realidad criaturas inhumanas, y parecían realmente indestructibles, pues ninguna herida parecía matarlos realmente. Las decapitaciones y cercenaciones de sus miembros no bastaba para deternerlos, pues regresaban en los días siguientes como si no nada. Pese a su horrible aspecto retorcido, algún oscuro sortilegio obraba en sus lenguas, que sonaban siempre dulces, hipnóticas y llenas de verdad, por lo que atraían con facilidad a los débiles de voluntad entre los esclavos. Las falsas muertes de estos seres, sin embargo, resultaban fatales para las manadas de fieles, que huían por las oquedades de la tierra y se dispersaban.
Un sacerdote del culto |
Restos de mushkenu y awilum de todas las edades dentro de los cubiles |
Desde entonces, los cultos del Hambre están prohibidos, y sus seguidores proscritos allá donde van, aunque en los siglos posteriores no se supo de ningún estallido similar. Pese a todo, sus apariciones venían siendo escasas, con algún conato cada pocos siglos en alguna ciudad de Kishar, cuando alguna hambruna era realmente grave. Sin embargo, en el último siglo han comenzado a aparecer más y más de estos sacerdotes por todo el Imperio, y esto empieza a preocupar incluso al mismo Sargón, pues los pocos textos y dogmas que se encontraron sobre el culto afirmaban que a medida que el dios del Hambre se acercase, sus heraldos se multiplicarán sobre la tierra para preparar su llegada...
Ideas para aventuras:
-La iluminada ciudad de Barsippa no está desierta realmente, sino que sus habitantes viven bajo tierra. Ocultos del resto de Kishar, hace tiempo que los sacerdotes de Ishim Shagshuga dominan a la ciudad y han reducido a los escasos supervivientes de la ciudad a meros sirvientes bajo su yugo. Puede que los personajes lo descubran por las malas mientras pernoctan ahí, o formen parte de algún grupo enviado por Sargón u otro Ensi para investigar acerca de los cultos relacionados con el dios.
-No todos los habitantes de Sippar occidental perecieron bajo la plaga del Ensi. Algunos sobrevivieron. Incapaces de salir, se han convertido en el nuevo foco de un culto del Hambre. Son una amenaza latente para todos, y en la mitad oriental empiezan a desaparecer grupos de familias. Quizás hasta los Hasharu (Tullidos) se hayan unido a ellos, o por el contrario quizás sean héroes que luchan en silencio en su contra.
Ideas para aventuras:
-La iluminada ciudad de Barsippa no está desierta realmente, sino que sus habitantes viven bajo tierra. Ocultos del resto de Kishar, hace tiempo que los sacerdotes de Ishim Shagshuga dominan a la ciudad y han reducido a los escasos supervivientes de la ciudad a meros sirvientes bajo su yugo. Puede que los personajes lo descubran por las malas mientras pernoctan ahí, o formen parte de algún grupo enviado por Sargón u otro Ensi para investigar acerca de los cultos relacionados con el dios.
-No todos los habitantes de Sippar occidental perecieron bajo la plaga del Ensi. Algunos sobrevivieron. Incapaces de salir, se han convertido en el nuevo foco de un culto del Hambre. Son una amenaza latente para todos, y en la mitad oriental empiezan a desaparecer grupos de familias. Quizás hasta los Hasharu (Tullidos) se hayan unido a ellos, o por el contrario quizás sean héroes que luchan en silencio en su contra.
Tremendo. Me encanta. :)
ResponderEliminarNo se merece tanta alabanza, Rodrigo, pero se agradece. La entrada no estaba prevista como tal. Surgió la idea mientras escribía otra, totalmente espontánea, y le di vueltas un par de días saliendo esto.
EliminarLa próxima será sobre el ejército de Mari, para variar entre tanto templo y religión.
Holas!
ResponderEliminarUna pekeñez: los zombis "originales" (de Haití, por ejemplo), tan solo son humanos sugestionados. Están vivos. Aspí ke tu premisa no está muy fuera de la realidad!